Un traspiés para resurgir
15/02/2010
La destrucción precipita el cambio, te permite reconstruirte desde tus afirmaciones, soltar amarras y volar libre.
La madrugada del 15 de febrero de 2010 Mugaritz se esfumó entre las llamas. Con las mentes tan cortocircuitadas como el sistema eléctrico del caserío, nos pusimos manos a la obra. Los vecinos ayudaron a desescombrar, las organizaciones con las que Mugaritz colaboraba ofrecieron su apoyo. La solidaridad llegó desde rincones tan lejanos como Japón. Nunca personas tan distantes en el espacio resultaron tan cercanas como en aquellos momentos de compromiso.
Fueron cuatro meses de obras, pero también de reflexión. En aquellas semanas comenzó a cobrar forma y sentido algo que hasta entonces solo era una idea imprecisa que rondaba nuestras cabezas: nos dimos cuenta de que consagrar un tiempo exclusivamente a la creatividad era posible y necesario. Había llegado el momento de crear un taller de pruebas, una cocina dedicada al cien por cien a la I+D.
La cultura de sinergias y exploración, presente desde los inicios en Mugaritz, invadió tras la reconstrucción hasta los cuartos de baño, donde los bertsolaris Amets Arzallus y Maialen Lujanbio dejaron su huella a modo de ejercicio poético.
Hubo cosas que volvieron a nosotros, como la reinterpretación de Santos Bregaña del “mmmmm…” que el escultor vitoriano Juan Luis Moraza realizó para Mugaritz cuando abrimos, en 1998. Y hubo cosas que se perdieron en el fuego y que nunca más volvieron, como el hecho de vestir las mesas con copas, cubiertos y platos desde el principio de cada comida. La posibilidad de elegir entre dos propuestas culinarias también se desvaneció.
A partir de ese año, Mugaritz fue más Mugaritz, pues eligió relatar las historias que ansiaba compartir con la libertad que da un nuevo comienzo.